Sunday, May 24, 2009

Malacca


Ayer hicimos lo que muchos me decían era una locura: ir a Malacca a pasar el día. Pasar el día quiere decir ir y volver en el día. Y visto lo visto, si tienes coche, es la mejor opción. Quedamos bien pronto con Faz en el Keppel Club, un exclusivo club de golf donde su padre juega cada sábado. De allí salimos en su coche con Anna como copiloto. El viaje fue muy agradable, pasamos rápido a Malasia por Tuas, y desayunamos unas deliciosas empanadillas de patata y sardinas ya en Malasia. El amigo Faz se había currado un CD de música para el viaje, y nos pasamos el trayecto cantando.

Llegamos a Malacca, la antigua colonia portuguesa, holandesa e inglesa, y nos dirigimos hacia el barrio chino. ¡Cómo si no hubiésemos visto suficientes chinos en Singapur! La zona es muy tranquila, y está llena de tiendecillas con mil millones de chorradas a buen precio. Cuando nos entró el hambre entramos en un restaurante de la zona y nos tomamos una deliciosa laksa. Según nos contó Faz, la laksa malaya es mejor que la singapurense, sobre todo porque es menos grasienta y porque se sustituye la leche de coco por algo de una palmera (me enteré a medias). Después de la comilona anduvimos hacia el fuerte, donde nos hicimos miles de fotos.

Faz había quedado con unos amigos singapurenses que iban a pasar el fin de semana allí, por lo que nos encontramos al lado de un antiguo barco español que se exhibe al lado del río. Con ellos recorrimos un par de iglesias locales (entre las que estaba la de San Francisco Javier) y volvimos al sitio donde habíamos comido para tomarnos la merienda. Yo opté por el zumo de zanahoria, limón y manzana (se les fue la mano con el limón!), pero los locales prefirieron tomarse uno de esos postres con hielo y mierdas chinas.

Para acabar el día nos fuimos al hotel donde se quedaban los amigos. ¡Qué maravilla de sitio! Una antigua casa colonial, reformada, y con suites que eran duplex. Nos relajamos un poco y salimos a cenar. Nos metimos una buena comida malaya, con mucho arroz, pollo y gambas. Tras la cena, después de un día andando de arriba a abajo, y con un calor de mil demonios, nos metimos en el coche de vuelta a casa. Buena escapada, perfectamente realizable en un día

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