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De vuelta de pasar una Semana Santa magnífica, voy a compartir con todos vosotros este viaje maravilloso a un país que no deja de sorprenderme. Llegué a Bombay el miércoles por la noche, y nada más salir del avión me di cuenta que eso no era la India que yo había visto. El aeropuerto, sin ser algo espectacular, tiene pinta de aeropuerto, y no de estación de autobuses como el de Calcuta. Salí con todas las ganas de mundo de la terminal, pero no había nadie esperando. ¡Qué raro! ¡Si es que Kay estaba en la otra puerta! Hacia casi dos años que no nos veíamos, y fue un momento muy especial.
Así que nos metimos en el taxi hacia Bombay. Para el inculto (como yo) que no lo sepa, Bombay es una isla (bueno, un conjunto de islas) que dan al Mar Arábigo. Como Kay está trabajando en el norte, decidimos que lo mejor para conocer la ciudad era pillar un hotel céntrico, cerca de las atracciones turísticas, para no tener que estar todo el día de arriba a abajo. Y el West End Hotel fue la solución ideal. Aunque está delante del Hospital de Bombay (donde de alguna manera se junta un poco lo mejor y lo peor del lugar) tuvimos suerte porque nos tocó una habitación SÚPER grande, y que daba a la parte de atrás. El servicio del hotel estuvo siempre muy correcto. Y el hecho de que esté al lado de un hospital grande ayuda mucho con los taxis para que te vuelvan a casa :).
Esta primera noche, con el cambio de hora y el cansancio nos quedamos por el hotel, dormimos como unas marmotas, y bien por la mañana bajamos a dar cuenta del buffet de desayuno. La primera parada de nuestro turisteo fue la
Puerta de la India, un monumento colonial en honor a Jorge V del Reino Unido. Primeras fotillos, algún salto que otro e inmersión total en el mundo indio. Al otro lado de la plaza (y aunque nos costó más de la cuenta encontrar la puerta) está el
Hotel Taj Mahal Palace. Muchos de estos edificios tienen un curioso y tal vez cuestionable estilo Indo-Gótico, que le da un caracter especial a la ciudad. Entrar en el hotel es pasar del tercer mundo al primer mundo, con tiendas de Louis Vuitton por cuyos escaparates pasan niños desnudos de la calle. Subimos hacia el famoso Regal Cinema, y visitamos el
Museo del Príncipe de Gales, que como todo en la India ha cambiado de nombre, y ahora han optado por el facilmente pronunciable
Chhatrapati Shivaji Maharaj Vastu Sangrahalaya. Tienen una tonteria encima con lo de los cambios de nombres y ciudades, y todo por una maldita vena nacionalista.
El museo no está mal, pero como todo en la India (me parece que es la tercera vez que uso esta expresión... tendré que empezar a caer menos en los tópicos) tiene unos precios abusivos para turistas, que pagan 25 veces el precio de una entrada para un indio. Suerte que Xevi aún tiene su carnet de estudiante de la UAM, y pagó como indio! Por dentro el museo muestra objetos arqueológicos, artefactos de vida cotidiana, armas y hasta una colección de pintura colonial. Todo esto dentro de una atmósfera de museo colonial, con polvo en todos lados y aire de nostalgia. Muy interesante. Seguimos pateando las calles de Bombay, hasta que nos entró el hambre, y nos metimos en el restaurante recomendado por la guía
Time Out (sí, sí, la que nos ha salvado la vida) de la zona. Un restaurante súper bien puesto, en el que degustamos un panir riquísimo acompañado de un arroz con cominos que estaba para chuparse los dedos. Así por la tarde seguimos andando hacia los Maidans, donde se concentran cientos de jugadores de cricket, y de ahí llegamos a la costa de la bahía de Bombay, donde disfrutamos de la brisa e incluso nos atrevimos a bajar a la playa (que no quiere decir que nos atreviesemos a meter el pie en el agua!). Aprovechamos la buena noche para ir a tomar una copa al
Dome del Hotel Intercontinental, que tiene una magnífica terraza sobre la bahía. Cenita en un sitio con música en directo (mal me estoy acostumbrando...) y vuelta al hotel.
El día siguiente amaneció con un buenísimo sol (¿y cuando no lo hace en esta fabulosa ciudad? Prefiero no saber lo que es eso que llaman el monzón) y la Time Out nos recomendó ir a una restaurante cerca de la estación de tren. Buenísimo cordero acompañado de pan y de postre un poco de brownie con helado de vainilla (a quien se le ocurre pedir eso en un restaurante de comida india? pues no les quedó tan mal jajaja). De ahí nos movimos hacia la estación de tren, la famosa
Estación Victoria. Ups, perdón, que ahora se llama Estación Chhatrapati Shivaji. También de estilo neo gótico, es una maraña de gente gritando, andenes relpletos de gente esperando el tren, y me hizo muchísima ilusión ver el sitio donde se grabó la canción final de
Slumdog Millionaire. Anduvimos más y más por las calles de Bombay, pasamos por St Xavier College, St Xavier High School (lo bueno abunda eh!), pasamos por el mercado de Crawford y decimos que lo mejor para acabar el día era ir a la zona rica de Malabar Hill. Sobre una de las montañas que rodea la bahía se encuentran algunas de las mejores casas de la ciudad y se puede disfrutar de unos magníficos parques y vistas desde los Jardines Colgantes de Bombay o desde el parque Kamala Nehru.
Y ya estamos a sábado, el día en el que planeamos nuestra escapada a la
Isla Elephanta. Ahí se encuentran unas impresionantes ruinas precoloniales del siglo IX al siglo XIII que consisten en templos excavados dentro de cuevas. FLIPANTE. Tras unas magnifícas fotos, sudar mucho, beber 3 litros de agua (sin exagerar), volvimos a tierra firme en el ferry que une Bombay con la isla. La gordita de Kay tenía ganas de comer algo occidental, así que fuimos al Basilico, un restaurante de cocina mediterranea, donde los dos disfrutamos de una deliciosa comida italiana. Ella optó por los ñoquis con pisto (será que he salido a mamá y cada vez me gustan menos los ñoquis?) y yo opté por unos deliciosos raviolis con salsa de crema y limón. A falta de tarta de chocolote pedimos un tiramisú que no mataba. Seguimos bajando hacia el sur de la isla, sin rumbo, y tras muchas vueltas volvimos a acabar en la bahía y donde disfrutamos de una preciosa puesta de sol. Por la noche salimos a mover el culete en uno de los bares de moda de Bombay (ni me pregunteis por el nombre ni por donde está, que no me acuerdo! kay, ayuda!) y aunque algo caro (bastante caro) nos lo pasamos bien. ¿Alguna vez habeis roto el hielo en una discoteca, habeis empezado a bailar y os ha seguido toda la gente? Pues esos fuimos nosotros :D.
El domingo era el último día, y para empezar bien fuimos a la misa de Domingo de Resurrección a la Catedral del Santo Nombre. Por suerte la misa fue en inglés (yo ya me preparaba para rezar en maratí) y tras la misa dimos cuenta de un brunch en Deli Indigo. Me acuerdo que tiempo atrás, cuando estaba en Washington, pude disfrutar unos huevos benedictinos, así que los pedí (me parece que Kay tuvo cierta envidia de mi, porque pidió lo mismo jaja). Muy ricos, así como el plato de mango con helado de mango que llegó de postre. El resto de día lo pasamos por el centro de Bombay, disfrutando de unas cervezas en el Cafe Leopold, y volviendo a sorprendernos con lo variopinta que es la sociedad india. Taxi, aeropuerto y vuelta a Singapur.